Capítulo 403: Raguyaran (1)

Maldita reencarnación (Novela)


Capítulo 403: Raguyaran (1)



[La mujer ha perdido la cabeza.]



“¿Por qué esta comprensión repentina?” pensó Eugene mientras se cambiaba los zapatos por unos más adecuados para atravesar el terreno cargado de nieve.



[Hamel, tomé una decisión por el mundo y por ti. Elegí hacer un pacto con Melkith El-Hayah, a quien desprecio visceralmente. Esto no es como nuestro trato anterior en Aroth. Aunque Melkith no se adhiriera a esas extrañas supersticiones, esta vez estaba abierto a comunicarme con ella]. La voz de Tempest resonó en la cabeza de Eugene mientras continuaba con su explicación.



Eugene continuó con sus actividades mientras escuchaba a Tempest. Se puso un abrigo adecuado para las travesías por la tundra, luego acomodó cómodamente a Mer y Raimira a su lado antes de comprobar su atuendo.



[¡Pero esa loca ni siquiera intentó una conversación normal conmigo desde el principio…! Hamel, ¿sabes lo primero que hizo Melkith después de tomar Wynnyd? ¡Voló desnuda sobre el mar!]. La voz de Tempest estaba llena de horror.



Eugene medio que esperaba que subiera a una torre alta para enfrentarse a los vientos. Oh, pero ya lo había intentado antes. Teniendo en cuenta su fracaso en el pasado, ¿tal vez pensó en probar un método diferente?



Cierto… El mar sí que posee vientos tan fuertes como los de las torres. Y la “brisa marina” era una sensación que no se podía experimentar tierra adentro. Sin embargo, no estaba claro cuánta ventaja podía ofrecer eso a la hora de llegar a un acuerdo con el Rey Espíritu del Viento.



Mientras estos pensamientos ocupaban a Eugene, ajustó la posición de las orejeras de Mer y envolvió a Raimira con una bufanda.



[Después de volar desnuda durante un rato, aquella lunática se abrazó a Wynnyd y buscó conversación conmigo. No deseo… profundizar en los detalles de la conversación, pero era evidente que Melkith El-Hayah no estaba en sus cabales. Si no hubiera priorizado el bien mayor, me habría abstenido incluso de hablar con ella, y mucho menos de formar un pacto] dijo Tempest, sonando completamente disgustado.



Eugene sabía cómo terminaba esta historia. Melkith había devuelto Wynnyd al día siguiente de tomarlo prestado.



Hacía tiempo que deseaba un contrato con Tempest por admiración a Vermut, que dominaba al Rey Espíritu del Viento. Pero, aunque era una archimaga especializada en magia espiritual con una destreza sin igual, su capacidad no era ilimitada.



El Rey Espíritu del Rayo, el Rey Espíritu de la Tierra, el Rey Espíritu del Fuego… ya tenía contratos con tres Reyes Espíritu diferentes. Resultaba que realizar un contrato con otro era imposible, incluso si el rey espiritual lo deseara.



[La sola idea de que un humano pueda realizar hasta tres contratos con Reyes Espíritu es impensable… Es una pena, Hamel. Realmente tenía la intención de formar un pacto con Melkith El-Hayah esta vez]. Contrariamente a sus palabras, la voz de Tempest sonaba notablemente calmada mientras hablaba.



En gran contraste, cuando llegó esa mañana, el rostro de Melkith estaba demacrado. Tenía los ojos hinchados de tanto llorar y la voz ronca…



“Sin embargo, no fue una pérdida total. Aunque no haya podido firmar un contrato contigo, sí lo hizo con un espíritu de viento de nivel medio, ¿no?” le preguntó Eugene a Tempest como consuelo.



Afortunadamente, la posibilidad de firmar un contrato no estaba del todo descartada. Si su recipiente no era lo suficientemente grande, podía ampliarse. Además, independientemente del contrato, Melkith estaba completamente obsesionada con Tempest.



Por eso, después de haber realizado el contrato con un espíritu de viento de nivel medio, estaba haciendo que hablara con Tempest en su nombre. Como era de esperar, Tempest ignoraba cada una de sus palabras.



[¡Nunca!] proclamó Tempest con vehemencia. [Nunca se formará un contrato entre Melkith y yo. Aunque lo anhele, lo que es imposible sigue siéndolo. Simplemente no sucederá. La capacidad de un recipiente humano no es tan simple que pueda expandirse sólo con desearlo. Incluso si Melkith se sometiera a cien años de entrenamiento, ampliar su recipiente hasta un grado en el que pudiera realizar un contrato conmigo es simplemente imposible.]



Aunque Melkith seguía molestando a Tempest con conversaciones no solicitadas, podía estar contento sabiendo que en realidad no habían formado un contrato. Este acuerdo tampoco era perjudicial para Eugene. Aunque, si Tempest se hubiese vinculado realmente a Melkith, Eugene podría haber disfrutado de una cruel diversión…



[Maldito malvado, Hamel.] maldijo Tempest tras leer los pensamientos de Eugene.



Eugene se aclaró la garganta mientras tomaba las manos de Mer y Raimira, una en cada una de las suyas.



“Bueno, al final, todo salió bien, ¿no? Evadiste un contrato con Lady Melkith, y aunque no pudo vincularte, ahora está conectada a ti. Y en cuanto a mí, usé ese… ese cupón para enviar a Lady Melkith directamente al desierto de Nahama.” Eugene intentó apaciguar a Tempest.



Aunque al principio Melkith se sorprendió por la petición de que asaltara las mazmorras de los magos negros en el desierto de Nahama, dado lo que implicaba el contrato, no podía negarse a la petición de Eugene.



— No habrá ningún problema con esto, ¿verdad?



— Por supuesto que no.



— ¿En serio? Si estalla una guerra por mi culpa y ese viejo Trempel decide ejecutarme…



— No tendrás que preocuparte por eso en absoluto. No habrá ningún problema si saben que fue a petición mía. Te lo estoy diciendo.



— Bueno, pero Eugene, ese emblema que dijiste que le diste al Rey de Aroth… sabes que Aroth no es una monarquía absoluta, ¿verdad? ¡El poder del rey es limitado! Si el consejo decide ejecutarme…



— ¿Crees que el Consejo tiene más autoridad que yo? ¿Son sus voces más fuertes que la del Héroe?



Para Melkith, esto no era del todo así; esto no era suficiente para que la ejecutaran. Al final, Melkith decidió hacer caso a la petición de Eugene, aunque siguió refunfuñando al respecto. Dado que su respuesta había llegado esa misma mañana, probablemente ya había llegado a los abrasadores desiertos de Nahama.



¿Y Eugene? Se encontró en un entorno totalmente opuesto; el escalofriante Reino del Norte del Ruhr.



— ¡Esta lady nunca había visto la nieve…! — exclamó Raimira encantada.



Mer se agarró a la mano de Eugene con un poco más de decoro. Murmuró mientras miraba los cuernos en la cabeza de Raimira y la nieve arremolinándose a su alrededor, — Si sólo tuviera una nariz roja. Se parecería a Rodolfo. —



El repentino e inesperado comentario hizo temblar las mejillas de Eugene, que intentó reprimir una carcajada.



Al notar el cambio en su expresión, Mer esbozó una sonrisa pícara. De repente, Mer se quejó con un puchero, — Eso me lastima, Sir Eugene. —



Eugene le había pellizcado la mejilla como venganza. Kristina observó el juguetón intercambio entre Eugene y las dos niñas cuya edad decía lo contrario, con expresión cálida. Su mirada se desvió hacia el lejano castillo de Ruhr mientras preguntaba, — ¿Planeas visitar el castillo real? —



— Conocimos al Rey Bestia ayer mismo. ¿Por qué tendríamos que ir al castillo? Continuemos. — respondió Eugene.



No necesitaban preparativos para esta expedición a la nieve. El equipamiento de su viaje anterior estaba intacto, y tampoco era necesario tener en cuenta las misiones de entrenamiento de Cyan y Ciel.



Su destino era el Gran Cañón del Martillo de Lehainjar. Aunque el vasto paisaje blanco dificultaba la navegación, ya habían estado allí antes, lo que significaba que Eugene no podía perderse.



— Todo se debe a que recuerdo las coordenadas espaciales de ese lugar, Sir Eugene. — comentó Mer.



Aunque Mer recordaba las coordenadas, aún tenían que viajar hasta allí. Sin embargo, este viaje era sustancialmente más fácil y rápido que el anterior. La última vez, sólo contaron con la ayuda del lobo que les prestó Aman Ruhr, pero ahora, tenían un medio de transporte diferente.



— ¿Por qué envolviste el cuello de esta lady con un pañuelo y adornaste sus manos con guantes? — preguntó Raimira, con un rostro que delataba su confusión.



Tras abandonar la ciudad de Hamelon y dirigirse hacia el norte, a Rosrok, viajaron más allá de los muros del castillo en un carruaje.



Se alegró de que su benefactor cuidara de ella. Su largo viaje en carruaje significaba que ella no podía caminar por las llanuras nevadas, y sólo había tomado la mano de Eugene por un corto tiempo.



— Rai, — respondió Eugene, — es porque quería regalártelos. —



Los hombros de Raimira temblaron de emoción.



Obviamente, ella no sentía el frío como un dragón. Sin embargo, el calor que Eugene le regaló con la bufanda, los guantes y la ropa de piel no era del cuerpo, sino del corazón. Raimira nunca había sentido el calor de un padre y, por eso, Eugene, con su actitud distante pero atenta, era a la vez una figura paterna y su benefactor.



El mero hecho de que la llamara cariñosamente Rai, que sólo había utilizado durante su entrada encubierta en Shimuin, era un testimonio del vínculo especial que compartían.



¡Y… Y un regalo…!



Raimira se quitó la bufanda. Por su expresión, era evidente que estaba inmensamente conmovida.



— No se puede evitar. Es inaudito que una dragona de la estatura de esta lady lleve a otra raza a sus espaldas, ¡pero si es a petición del Benefactor! Esta lady la ofrecerá con gusto. — declaró Raimira.



Después de quitarse los guantes, el abrigo de piel y las botas que Eugene le había regalado, Raimira empezó a correr por la nieve inmaculada. Eugene se apresuró a detenerla con una expresión horrorizada.



— ¡Aquí no! ¡Transfórmate en el cielo! —  gritó.



Si un dragón apareciera justo al otro lado de los muros de Rosrok, estaba claro que el caos descendería sobre ellos.



Raimira había querido presumir de su transformación. Hizo un puchero al oír sus palabras, pero, como él había dicho, se elevó más allá de las nubes antes de volver a su verdadera forma.



Como familiar formado a partir de magia intrincada, Mer era sensible al Miedo del Dragón. Sin embargo, tras recibir las mejoras de Sienna, Mer no se vio afectada por el aura que Raimira emitía sin saberlo.



— Es bastante desagradable ahora que es tan grande. — comentó Mer con disgusto.



— No parlotees sobre la espalda de esta lady. — replicó Raimira. La espalda dracónica de Raimira era amplia. Sin embargo, no era inherentemente cómoda debido a las duras y afiladas escamas que recubrían su cuerpo.



Pero tal incomodidad podía rectificarse fácilmente. Le colocaron un trozo de cuero suave sobre la espalda y, mientras Sienna lanzaba varios hechizos, el viaje por el cielo cubierto de nieve resultó cálido y tranquilo.



— Qué maravilloso habría sido volar sobre un dragón hace tres siglos. — reflexionó Sienna.



— No digas tonterías, Sienna. Si hubiéramos volado sobre un dragón en aquellos tiempos, habríamos atraído los ataques combinados de demonios y bestias demoníacas. — respondió Anise.



Por supuesto, en esta época, tanta precaución no era necesaria. Los monstruos vagaban por los campos nevados del norte, pero ni el más desquiciado de ellos se atrevería a atacar a un dragón.



En otras palabras, un dragón era el medio de transporte por excelencia. No había depredadores naturales de dragones, lo que significaba que no había necesidad de precaución. Además, eran veloces.



No había pasado mucho tiempo desde que iniciaron el vuelo, pero los muros de Rosrok ya no estaban a la vista. A esta velocidad, sólo sería cuestión de días que llegaran al Gran Cañón del Martillo.



Como habían previsto, llegaron al Gran Cañón del Martillo al tercer día de viaje. Esto teniendo en cuenta que levantaron un campamento cada noche, montaron las carpas y descansaron ampliamente. Sin esas pausas, el viaje sólo habría durado dos días.



Pero, aunque los dragones eran rápidos… dos días sería demasiado tiempo para hacer volar a Molon desde Lehainjar en tiempos difíciles. Si querían convocar a Molon para que les ayudara durante las batallas en Babel, no tendrían más remedio que confiar en el Ojo Demoníaco de Ciel.



“¿Habrá tiempo suficiente…?” pensó Eugene con preocupación.



Recordó al Vermut del sueño de Noir. Vermut estaba al borde del abismo. Su aspecto sugería que podía colapsar en cualquier momento. La mirada en sus ojos cuando levantó la cabeza…



…El Rey Demonio del Encarcelamiento había dicho que esperaría a que Eugene ascendiera a Babel. Sin embargo, también mencionó que el “fin del Juramento” se acercaba.



¿Qué pasaría cuando el Juramento terminara, independientemente de que Eugene desafiara Babel? A Eugene, el Juramento le parecía como si Vermut estuviera encadenado a una silla. Vermut se estaba sacrificando para sellar al Rey Demonio de la Destrucción.



¿Podría el fin del Juramento significar la incapacidad de Vermut para funcionar como sello?



Tal vez Vermut estaría completamente roto al final.



Eugene esperaba que no fuera así. Sienna y Anise pensaban lo mismo. Aún no habían preguntado, pero creían que Molon sentiría lo mismo. Todos deseaban derrotar a cada Rey Demonio y salvar a Vermut, que estaba sellando a Destrucción por el mundo.



Si Vermut estaba completamente arruinado y se convertía en algo que ya no era Vermut…



Eugene no pensó más. No podía soportar la idea. Sólo de pensarlo se le agriaba el humor.



Ansiaba reunirse con un Vermut cuerdo y relativamente sano, aunque no fuera por mucho tiempo. Quería pegarle un puñetazo en la cara a aquel sinvergüenza inescrutable y luego decirle a Sienna que le dejara una herida en el pecho igual que la que le habían hecho a ella. Conociendo su pésimo carácter, Sienna probablemente atravesaría el corazón de Vermut de inmediato, y entonces Anise susurraría a la Luz que sanara la herida.



“Debería hacer que ese bastardo de Molon le diera una paliza a Vermut también.” pensó Eugene mientras hacía recuento de las cuentas pendientes.



Debido a la petición de Vermut, Molon había estado atrapado en Lehainjar durante casi ciento cincuenta años. Eugene estaba seguro de que Molon guardaba algún rencor contra Vermut.



Pero después de saldar sus viejas cuentas… quizás acabarían llorando todos juntos. Por alguna razón, el cuerpo actual de Eugene era más propenso a las lágrimas, comparado con cuando era Hamel. Incluso si todo terminaba bien… podría encontrarse llorando involuntariamente, aunque no quisiera. Después de las lágrimas, probablemente ahogarían sus emociones en bebidas durante unos días, entonces…



El hilo de pensamiento de Eugene se interrumpió de repente.



Algo se acercaba. Eugene se levantó de un salto.



[¡Kyaaaaaahh!] gritó Raimira aterrorizada por la repentina interrupción. Había estado volando alto en el cielo, incluso más allá de las altas cordilleras, disfrutando de una peculiar sensación de superioridad en su vuelo.



¡Fwoooosh!



Un sonido ensordecedor rasgó el cielo. En un instante, vieron cómo un árbol arrancado desde la raíz se acercaba hacia ellos como una lanza desde abajo. Algún loco había arrancado del suelo un árbol cercano y lo había lanzado hacia ellos.



[¡Kyaaaahhh!] gritó Raimira una vez más, y el árbol se acercó al instante. Era un simple árbol. Sin embargo, la fuerza, la velocidad y el poder contenidos en el árbol le hicieron sentir como si pudiera atravesar fácilmente el cuerpo de la cría.



— ¡Ey! ¡Creía que Molon estaba bien! — gritó Sienna.



Molon era el único lunático que intentaría semejante ataque. Sienna invocó su bastón en estado de shock, y Kristina rápidamente agarró su rosario. Sin responder al grito, Eugene saltó de la espalda de Raimira.



¡Boom!



Eugene apartó el árbol de una patada. Salió disparado hacia atrás y sintió un hormigueo de dolor en la pierna. Miró hacia abajo mientras hacía una mueca de dolor.



Vio a Molon en lo alto del acantilado. Además, este demonio parecía decidido a lanzar un hacha en lugar de otro tronco. Eugene se sintió afortunado de que el primer proyectil hubiera sido un tronco y no un hacha.



— ¡Idiota! — gritó Eugene.



La expresión de desconcierto en el rostro de Molon no parecía peor que la última vez que Eugene lo había visto. Eugene se lanzó hacia Molon con furia mientras descendía.



— Ha… ¿Hamel? — respondió Molon inseguro. Parpadeó rápidamente, y su voz estaba llena de confusión.



Tenía sus razones para reaccionar así. Momentos antes, había matado al Nur desde el otro lado de Lehainjar, como había hecho durante décadas. Tras arrojar el cadáver hacia Raguyaran, había salido para tomarse un breve respiro… sólo para divisar un dragón negro que se elevaba en lo alto del cielo.



Con cualquier otro dragón habría reaccionado de otro modo, pero la vista de un dragón negro le había conmocionado por completo.



Sobre todo, cuando ese dragón negro, con un brillo arrogante en los ojos, observaba la tierra como si buscara a alguien.



Por un breve momento, Molon se vio obligado a considerar muchas cosas.



Un Dragón Negro. El Dragón Demoníaco. Raizakia. Y Sienna.



Molon había vivido una vida recluida en el Gran Cañón del Martillo, y como tal, no estaba bien informado sobre los rumores del mundo. Ni siquiera había oído la historia de Eugene Lionheart derrotando al Dragón Demonio y al Rey Demonio de la Furia. Como tal, había reaccionado con un simple impulso después de ver el dragón negro por encima de él.



“No sé qué está pasando, pero voy a dejarlo.” decidió Molon.



Podría averiguar la situación exacta más tarde. Por lo tanto, había agarrado y arrojado un tronco de cerca.



— ¡Imbécil! ¿Por qué tiras un tronco? ¿Y si golpea y hiere a la niña? — gritó Eugene.



— Ha… Hamel. Estoy confundido. Por niña, ¿te refieres a ese dragón negro? — cuestionó Molon con una expresión confusa.



— ¿De quién si no iba a estar hablando? — replicó Eugene.



— Un dragón no se lastimaría con un simple tronco. — se quejó Molon.



— ¡Estabas a punto de lanzar un hacha! Y escucha, incluso si es un tronco, si eres tú quien lo lanza, ¡podría matar incluso a un dragón! — gritó Eugene.



Molon primero dejó su hacha en el suelo mientras parpadeaba lentamente, luego extendió los brazos y abrazó a Eugene.



— Puede que no lo entienda del todo, pero me alegro de verte, Hamel. Pero ¿por qué estás aquí? — preguntó Molon.



— ¡Suéltame! — protestó Eugene.



— No me digas, Hamel. ¿Has venido porque estabas preocupado por mí? ¿Has venido a darme una paliza? ¡Jajaja! Te agradezco la preocupación, pero sigo de una pieza… — Las palabras de Molon se interrumpieron.



Mantuvo a Eugene en su abrazo, pero su mirada se dirigió lentamente hacia la figura descendente de Sienna.



— Oh… —



Un suspiro tembloroso y prolongado se le escapó. Eugene tuvo un presentimiento de lo que pasaría mientras se retorcía en el abrazo de Molon.



— ¡Uwoooooh! —



Molon comenzó a sollozar incontrolablemente, y las lágrimas llovieron sobre la cabeza de Eugene.

Capítulo 403: Raguyaran (1)

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