Capitulo 13.2

Maldita reencarnación (Novela)

Capitulo 13.1

—Vuelve al anexo y descansa —dijo Gilead mientras apartaba su fría mirada del niño que tenía delante.
Hansen había sido el primero en declarar que se daba por vencido al golpear su collar tan pronto como le fue posible hacerlo. Pensando que, de todos modos, no tenía ninguna posibilidad en esta competición, y que por eso había decidido no desperdiciar ningún esfuerzo adicional. Sus padres tampoco habían tenido ninguna expectativa de que su hijo decidiera hacer algo diferente.
—S-sí.
Hansen había permanecido indeciso mientras esperaba la respuesta del Patriarca sobre su rendición, pero rápidamente inclinó la cabeza y se marchó. Después de que se hubiera marchado, se oyó otra llamada de rescate. El joven Juris, de diez años, había logrado entrar en el laberinto y superando a Hansen. Sin embargo, fue alcanzado por una flecha en la primera trampa y empezó a suplicar por ayuda con lágrimas en los ojos.
Poco después, llegó otra llamada de auxilio. Era del niño de once años, Deacon. Aunque no dijo nada cuando lo hirió una flecha, terminó por ser vencido por la babosa que encontró después. Las babosas eran monstruos difíciles de enfrentarse cuando sólo se contaba con una espada. Deacon fue engullido por el cuerpo gelatinoso de la babosa y empezó a gritar por su vida.
Aunque había pasado menos de una hora, los nueve participantes pasaron a ser seis. Podría parecer patético, pero esos resultados eran los previstos. Nadie había esperado ver nada especial de esos tres niños.
«En cuanto a Gargith… Es torpe, pero no deja de avanzar», juzgó Gilead objetivamente.
Lovellian hizo flotar en el aire una imagen del interior del laberinto. La imagen estaba dividida en seis pantallas para mostrar a cada uno de los niños. En lugar de evitar las trampas, Gargith había optado por atravesarlas a la fuerza. Aunque fuera alcanzado por flechas o se enfrentara a un monstruo, se abría paso con un solo golpe de su gran espada, que era casi tan grande como su torso.
Gilead dirigió su atención a otra competidora:
—Dezra es ágil, y también tiene un buen instinto…
Cada vez que activaba una trampa, inmediatamente cambiaba de ruta. Así había conseguido esquivar varias trampas. Tampoco intentaba luchar siempre contra los monstruos. Si había otro camino disponible, lo tomaba, y sólo usaba su lanza cuando no podía escapar a tiempo.
«Cyan está siendo muy precavido, pero eso no es malo.»
Ancilla había obtenido las notas de aventureros famosos y los planos de varios laberintos y los había utilizado para entrenar a los gemelos. Con ello, los gemelos habían aprendido la información básica y las estrategias para conquistar los laberintos. Todo eso les ayudaría a atravesar este laberinto claro y fácil de explorar.
Por ejemplo, cuando el laberinto estaba cerrado por todos los lados, pero se generaba un viento por arte de magia, si seguían la dirección del viento podían encontrar el camino. Si miraban con atención, también podían encontrar otras pistas artificiales que señalaban el camino correcto. E incluso sin eso, siempre que usaran su juicio, era posible escapar de una trampa cuando este se activaba.
Cyan era capaz de hacer precisamente eso. Sin embargo, sus movimientos se volvían algo torpes al ser demasiado precavido. Su mente no era lo suficientemente ágil. Su visión se estrechaba porque intentaba confiar únicamente en lo que podía recordar de memoria. Por eso a veces caía en una trampa que era fácil de evitar.
«Ciel es sensata, y piensa de forma ágil. Sin embargo… puede ser algo infantil.»
Ciel activaba una trampa lanzando cosas, como sus zapatos. Después de hacer eso unas cuantas veces, podía caminar por el camino libre de trampas. Si su ruta se bloqueaba, simplemente se daba la vuelta, y si estaba libre, seguía adelante. Cuando se encontraba con un monstruo, no luchaba contra él de inmediato, sino que lo molestaba como si estuviera jugando con su nueva mascota.
En cuanto a Eward.
— ¿Cómo está? —preguntó Gilead.
—Parece estar muy interesado en la magia —respondió Lovellian.
Eward no estaba enfocado en solo atravesar el laberinto. En lugar de eso, examinaba una por una las trampas, y exclamaba con admiración cada vez que veía un monstruo. Se asombraba de lo reales que veían a pesar de ser una ilusión. Y después de derrotar a un monstruo, en lugar de marcharse inmediatamente, examinaba el cadáver durante un buen rato con ojos brillantes.
Sus ojos, que se apagaban cada vez que acuchillaba a los monstruos con su espada, revivían con una sonrisa cada vez que entraba en contacto con la magia.
—Ha sido así desde que era joven. Prefería leer libros a entrenar su cuerpo o sus habilidades. Disfrutaba especialmente cada vez que le leía un cuento sobre magia. ¿Sabes? Ese niño respeta más a la Sabia Siena que a su propio antepasado, el Gran Vermut —confesó Gilead.
—La Maestra Siena es alguien que merece el respeto de todos los magos, después de todo — sonrió Lovellian con orgullo.
—Eso es exactamente lo que dijo. Cuando escuchaba Las aventuras del héroe Vermut le gustaban más las historias de Siena que las de Vermut. Decía que era porque, siempre que el grupo estaba en apuros, era su magia la que podía dar con las mejores soluciones a sus problemas.
Gilead hizo una pausa antes de seguir hablando.
—A mí también me leyeron ese cuento de hadas cuando era joven. Pero, yo… a decir verdad, en realidad prefería a Hamel —admitió Gilead.
—¿Te refieres a Hamel el Estúpido? —preguntó sorprendido Lovellian.
—Si no fuera porque se metía en problemas, el cuento habría sido muy aburrido. Aunque era maleducado, tenía buen corazón… Me inspiró a superar, a través de mi propio trabajo, el complejo de inferioridad que sentía hacia mi antepasado Vermut. Porque incluso cuando todos los demás ya seguían la opinión de Vermut, Hamel, por su cuenta, insistía en que tenía una opinión diferente.
—De hecho, yo odiaba a Hamel cuando era un niño.
—Bueno, es justo. Gracias a Hamel, el grupo se vio obligado a enfrentar varias dificultades… Sin embargo, siempre trató de asumir toda la responsabilidad de sus acciones en cada crisis. Por eso no podía odiarlo….
Gilead miró los acontecimientos que ocurrían dentro del laberinto con una sonrisa.
—Eward, ha querido aprender magia desde que era pequeño. Incluso invité a un maestro de magia de la capital, sólo para que pudiera aprender correctamente… Pero en un momento se negó a seguir aprendiendo—recordó Gilead.
—¿Sabe por qué? —preguntó Lovellian.
—La realidad lo obligó a renunciar a ella. Por el bien de su madre… decidió que tenía que convertirse en el próximo Patriarca Corazón de León. Y como la magia no proporciona ninguna ventaja en la competencia por la sucesión, tuvo que apartarse de ella.
La competencia por la sucesión comenzaría en serio cuando todos sus hijos fueran adultos.
—Bueno, eso es entendible. Aunque la magia ofrece innumerables posibilidades, sigue siendo un camino largo y difícil de lograr —aportó Lovellian.
—A decir verdad, me alegraría que Eward eligiera el camino de la hechicería —sonrió Gilead con tristeza y se volvió hacia Lovellian.
—Sólo hay una familia entre las líneas colaterales especializada en la magia. Por ello, he intentado orientar a Eward hacia ellas varias veces, pero siempre se ha negado. Sin embargo… si recibe una oferta para convertirse en el discípulo del Mago Principal de la Torre Roja, no podrá rechazarla, ya que todavía tiene una gran pasión por la magia en su corazón.
—No puedo darte la respuesta que quieres de inmediato —Lovellian negó con la cabeza—. Porque no puedo convertir a cualquiera en mi discípulo. Como tengo una buena relación con usted, sir Gilead, puedo llevarlo conmigo, pero… si no me demuestra que tiene las cualidades necesarias, no lo tomaré como mi discípulo.
—Eso no es un problema. Tampoco era mi intención obligarte a aceptarlo. Sin embargo, quiero que ese niño tenga la oportunidad de seguir sus sueños.
Gilead no estaba haciendo esto por el bien de los derechos de sucesión de Cyan y Ciel. Sino que ver cómo su hijo mayor se deterioraba al obligarse a hacer un trabajo que odiaba era doloroso para él.
Por eso, para convencer a su primera esposa, Tanis, y darle a Eward un empujón, había invitado personalmente al Mago Principal de la Torre Roja, Lovellian.
— Bueno, tendré que mirar de cerca las calificaciones de Eward más tarde. En este momento, parece que ya ha decidido que no usará ninguna magia mientras intenta atravesar el laberinto —murmuró Lovellian mientras miraba la pantalla.
—Sin embargo… ¿qué demonios hace ese chico, Eugenio?
Eugenio ya le había hecho sentir asombrado varias veces seguidas. Pero, ahora, los sentimientos de confusión perpleja estaban superando su sentido de admiración.
— Yo tampoco lo sé —murmuró Gilead en tono sincero.
En su pantalla, Eugenio estaba en medio de romper en pedazos la ilusión de un troll.

Capitulo 13.2

Maldita reencarnación (Novela)