Capítulo 382: Viaje a Casa (1)

Maldita reencarnación (Novela)

Capítulo 382: Viaje a Casa (1)


 


 


 


El corazón de Ciel no podía tranquilizarse lo suficiente como para quedarse dormida. Aunque podía ver claramente en ese momento, le preocupaba lo que sucedería la próxima vez que despierte. ¿Seguiría viendo tan claramente cómo ahora? ¿O volvería a ver cómo antes? Ese miedo provocó inquietud en su pecho.


 


 


 


Sienna y Kristina saben muy bien que cuando te encuentras abrumada por tales preocupaciones, el sueño es difícil de alcanzar. Forzarse a no dormir solo profundizaría el tormento a medida que los pensamientos se multiplican, por lo que la ayudaron a conciliar el sueño.


 


 


 


“…”, todo estaba en silencio en la habitación.


 


 


 


Al lado de Ciel estaban Carmen y Dezra. Las lágrimas de Dezra no se habían secado del todo en su rostro y agarró tiernamente la mano de Ciel mientras sollozaba. Por otro lado, Carmen miraba fijamente el rostro de Ciel mientras apretaba y aflojaba los puños repetidamente.


 


 


 


La pequeña misericordia de la situación fue que ninguna cicatriz quedó en el rostro de Ciel. El único cambio fue en sus ojos.


 


 


 


“¿Cómo puede esto considerarse algo afortunado?” Carmen pensó con amargura mientras se mordía con fuerza el labio inferior. “Si tan solo hubiera sido más fuerte…”


 


 


 


“Si hubiera discernido las intenciones del Rey Demonio antes de que usara inesperadamente el poder de su Ojo Demoníaco… Si no le hubiera dado al Rey Demonio la oportunidad de atacar… Si la hubiera derrotado antes de eso…”


 


 


 


Esos pensamientos rondaban interminablemente en la mente de Carmen.


 


 


 


En la batalla contra el Rey Demonio, Carmen resaltó brillantemente. Ella había derribado a la mayoría de los elfos oscuros. Y cuando Eugene fue consumido por la locura de la Espada de Luz Lunar y abandonó el campo de batalla, fue Carmen quien mantuvo a raya al Rey Demonio. Sin ella, el Rey Demonio los habría arrasado sin reparos hasta el regreso de Eugene. Muchos ya habían muerto, pero sin Carmen, la cantidad de bajas habrían sido mucho peores.


 


 


 


“Qué patética”, Carmen se reprendió mientras apretaba los puños.


 


 


 


Carmen estaba disgustada por sus propios pensamientos que daban vueltas sin fin. Ella sabía que tales reflexiones son inútiles, que son meras justificaciones de los errores pasados. Carmen ya sabía que eran simples mecanismos de defensa y sentía repulsión por cómo intentaba justificar su propia debilidad.


 


 


 


“No estuve a la altura”, admitió Carmen para sí misma.


 


 


 


Esa verdad permaneció sin cambios. Ella creía que existieron oportunidades en su lucha contra el Rey Demonio. Carmen había visto esas aperturas varias veces.


 


 


 


Sin embargo, ella no logró aprovecharlas. Incluso si una oportunidad fue demasiado evidente, el cuerpo de Carmen no había respondido como era necesario. Además, ni siquiera podía estar segura de si tales oportunidades habían sido genuinas o si habían sido meros señuelos colocados por el Rey Demonio. Ella no podía estar segura de lo que vio en el fragor de la batalla.


 


 


 


“Al final, todo se reduce a mi insuficiencia”, supuso Carmen.


 


 


 


Ser aclamada como el mejor guerrero del Clan Lionheart o uno de sus Ancianos, ¿qué significaban exactamente esos títulos? Ella había sido impotente contra el Rey Demonio, el archienemigo de los Lionheart. Ella había provocado indirectamente que su sobrina nieta perdiera un ojo y le fuera peor que a su otro sobrino nieto, Eugene.


 


 


 


Por primera vez en su vida, cierto pensamiento apareció en su mente: “Soy débil”


 


 


 


Como si sintiera su desesperación, una mano aterrizó suavemente sobre la mano temblorosa de Carmen. Ella se sobresaltó. Cuando levantó la vista, encontró los ojos de Ciel fijos en ella.


 


 


 


—Ci… — Sus labios se abrieron involuntariamente. Pero no pudo pronunciar el nombre de Ciel por completo.


 


 


 


Ella vio los ojos de Ciel mirando en su dirección. El tono descolorido de su iris izquierdo pareció infligir un dolor lacerante en el corazón de Carmen.


 


 


 


—Ciel… — la voz de Carmen tembló cuando finalmente pudo pronunciar el nombre de Ciel en su totalidad. Era apenas audible y diferente a su tono de voz habitual.


 


 


 


Su visión se volvió borrosa, nublada por la emoción. ¿Cuándo fue la última vez que las lágrimas recorrieron su rostro? Ella ni siquiera podía pensar en detenerlas porque las emociones la abrumaban. En cambio, todo lo que Carmen pudo hacer fue agarrar con fuerza la mano de Ciel.


 


 


 


—Estoy bastante bien— Ciel habló con una sonrisa incómoda. —¿Por qué llora, Lady Carmen? Yo no estoy derramando lágrimas, ¿verdad? —


 


 


 


“…”, Carmen no pudo responder a las firmes palabras de Ciel.


 


 


 


—Hmm… podría haber actuado tontamente… No, no es eso. Hice lo correcto. Incluso si pudiera retroceder el tiempo, actuaría de la misma manera. Y tal vez, Lady Carmen, tú también hubieras hecho lo mismo— continuó Ciel.


 


 


 


—Así es— Carmen respondió después de un ligero momento de duda.


 


 


 


Carmen no pudo refutar esa afirmación. Ella había oído hablar de las circunstancias que llevaron a Ciel a perder su ojo izquierdo. Como Ciel supuso, Carmen también habría actuado de manera similar en esa situación. Eugene es la persona más importante en el campo de batalla. Incluso si cientos murieran, Eugene no debería caer.


 


 


 


—Yo… habría actuado de la misma manera— Carmen murmuró en acuerdo, todavía agarrando firmemente la mano de Ciel.


 


 


 


Ella continuó sosteniendo la mano de Ciel por un rato más antes de levantarse de la silla. Luego se secó las lágrimas que manchaban sus mejillas. Respirando profundamente para calmar su corazón tembloroso, y ayudó a Dezra, que seguía sollozando, a ponerse de pie.


 


 


 


—Pero Ciel… — dijo Carmen, mirándola mientras yacía en la cama: —Para mí, eres tan preciosa y vital como Eugene. Si fueras tú la que estuviera en esa situación en lugar de Eugene, yo me habría… arrojado al peligro por ti—


 


 


 


—Si se hubiera sacrificado por mí, Lady Carmen, ya podría haber… albergado un gran resentimiento hacia mí misma durante toda mi vida— respondió Ciel.


 


 


 


La profundidad de la sonrisa de Ciel se hizo más oscura. Carmen se dio la vuelta con una sonrisa arrepentida.


 


 


 


Cuando abrió la puerta, vio a Eugene parado a unos pasos de distancia. Sienna y Kristina no estaban a la vista. Temiendo que su voz se quebrara por la emoción, Carmen calmó su garganta sutilmente antes de hablar.


 


 


 


—¿Hubo algún sobreviviente? — preguntó Carmen.


 


 


 


—Solo 14 enanos— respondió Eugene.


 


 


 


—¿Solo enanos? — dijo Carmen.


 


 


 


—Sí. No hay humanos— confirmó Eugene.


 


 


 


Una sombra cruzó el rostro de Carmen después de escuchar su respuesta. Con un leve asentimiento, ella y Dezra pasaron junto a Eugene.


 


 


 


—No había necesidad de que salieran de la habitación— comentó Ciel, dirigiéndose a Eugene mientras la puerta se cerraba detrás de él.


 


 


 


Eugene se limitó a mirar el rostro de Ciel sin pronunciar una palabra.


 


 


 


—Déjame ser clara— comenzó Ciel. Ella sintió una oleada de autodesprecio por las emociones y los pensamientos que albergaba. —Actué de esa manera porque creí que era lo correcto—


 


 


 


“…”, Eugene continuó en silencio.


 


 


 


—Tal vez… podría haber hallado un método mejor y menos riesgoso. Pero como sabes, no teníamos el lujo de elegir que hacer en ese momento. De alguna manera, instintivamente, mi cuerpo se movió por su cuenta— explicó Ciel.


 


 


 


“Yo te salvé. Solo me costó el ojo izquierdo, pero podría haber dado mi vida por ti. Entonces, tienes una deuda conmigo. He llegado tan lejos por ti, así que tú también podrías …”


 


 


 


—Entonces, no necesitas sentir culpa o remordimiento por mí. Puede que ya te haya mostrado… mi lado feo… pero… no deseo ser más miserable de lo que fui entonces— continuó Ciel.


 


 


 


“Debes reconocer mis esfuerzos por ti, por todo lo que hago por ti. No pediré demasiado. Solo piensa en mí de vez en cuando…”


 


 


 


—¿Estás resentida conmigo? — Eugene finalmente preguntó después de exhalar profundamente. Él se sentó en una silla al lado de la cama.


 


 


 


—¿Estoy… resentida… contigo? — Ciel pronunció cada palabra mientras miraba a Eugene con incredulidad. —¿Por qué tendría una razón para estar resentida contigo? —


 


 


 


—Si no hubiera estado tan indefenso, como un idiota, no te habrían hecho daño— respondió Eugene con una voz llena de autodesprecio.


 


 


 


—Deja de decir cosas tan estúpidas, Eugene. Si deseas hacer suposiciones, piensa primero en esto: ¿Qué hubiera pasado si seguía tu sugerencia y no me hubiera unido a la expedición? Entonces tal vez no me hubieran hecho daño. Y tal vez con mi ausencia, podrías haber muerto— dijo Ciel.


 


 


 


Ciel se rió entre dientes mientras tocaba juguetonamente la frente de Eugene: —En lugar de albergar pensamientos tan tontos, deberías agradecerme. Agradéceme por salvarte—


 


 


 


—Ya te he dado las gracias innumerables veces— dijo Eugene.


 


 


 


—Sin embargo, escuchar tu gratitud siempre es reconfortante— comentó Ciel en broma. Ella retiró su dedo, sonriendo. —Entonces, ¿qué fue lo que presenciaste bajo los mares? —


 


 


 


—¿No me tienes resentimiento por eso? — Eugene preguntó una vez más.


 


 


 


—¿Qué tontería es esa? ¿Pensaste que me enfadaría por aventurarte al fondo del océano sin mí? Por los dioses— Ciel se echó a reír. —¿Qué tan poco piensas de mí? ¿Crees que soy una niña? —


 


 


 


Ciel entendió por qué Eugene actuó como lo hizo.


 


 


 


En aquel entonces, Eugene había actuado… diferente. Se sentía como Eugene, pero al mismo tiempo no. Sus ojos turbulentos habían revelado su caos interior.


 


 


 


—Eso era importante— dijo finalmente Ciel.


 


 


 


Pero ahora era diferente. El verdadero Eugene Lionheart estaba ante Ciel.


 


 


 


—Era importante— comentó Eugene con una sonrisa amarga. —Pero me di cuenta de que no soy más importante que tú—


 


 


 


La expresión de Ciel tembló ante eso. Por un momento, ella pareció buscar que decir antes de cubrirse con la manta, ocultando parcialmente su rostro.


 


 


 


Fue solo un sentimiento fugaz. Eugene Lionheart, como Ciel lo conoce, siempre habla impulsivamente sin siquiera reflexionar sobre cómo sus palabras podrían ser malinterpretadas. Él simplemente dice lo que se le ocurre.


 


 


 


Sus comentarios sinceros pueden ser como un golpe repentino, eficaz y contundente. Tales comentarios podrían hacer sonrojar a cualquiera.


 


 


 


—Lo que vi en el océano fue un fragmento de mi vida pasada— explicó Eugene, sin estar al tanto de los pensamientos de Ciel.


 


 


 


—¿Vida… pasada? Pero tu vida pasada fue Sir Hamel— dijo Ciel con una expresión confusa.


 


 


 


—Entonces es… la vida anterior a mi vida pasada. De todos modos, lo que había debajo eran vestigios de Agaroth. Resulta que una vez fui Agaroth— continuó Eugene.


 


 


 


Sus palabras volvieron a ser sorprendentemente directas. ¿No se estaba saltando demasiada información en el medio? Ciel parpadeó con los ojos bien abiertos mientras miraba a Eugene.


 


 


 


—¿Agaroth? — preguntó Ciel. Ella no estaba segura de sí lo había escuchado mal.


 


 


 


—Sí— respondió Eugene.


 


 


 


—¿El Dios de la Guerra Agaroth eras… tú? — preguntó una vez más, comprobando dos veces.


 


 


 


—Sí— dijo Eugene.


 


 


 


Bajando la manta que había cubierto su rostro, Ciel le echó un vistazo: —Yo soy Ciel Lionheart—


 


 


 


—Lo sé— afirmó Eugene.


 


 


 


—Y tú… tú eres Eugene Lionheart, ¿verdad? — Ciel preguntó como si buscara una confirmación.


 


 


 


—¿Por qué preguntar lo obvio? — cuestionó Eugene.


 


 


 


Ella resopló, haciendo pucheros con los labios mientras tiraba la manta. —Si eres Sir Hamel o el Dios de la Guerra, para mí… eso no importa. Si eres Eugene Lionheart, entonces eso es todo lo que necesito—


 


 


 


—Lionheart— Eugene suspiró profundamente mientras miraba fijamente el ojo izquierdo de Ciel. —Tu ojo… —


 


 


 


—Sé que un Ojo Demoníaco no puede ser entregado a un humano— refunfuñó Ciel. —Me siento… un poco diferente. ¿Es porque tengo el Ojo Demoníaco? No. No soy yo. Es la sangre que fluye dentro de mí la que es algo único—


 


 


 


La espeluznante espada conocida como la Espada de Luz Lunar no se menciona en los registros de los Lionheart ni aparece en los registros históricos. Pero cuando Eugene sostuvo esa temible espada y se perdió en un extraño vacío, ella quiso ayudarlo. Y cuando ella se acercó a él en ese extraño vacío…


 


 


 


—No debería ser así—


 


 


 


—Esa espada no es mi legado—


 


 


 


Ella había escuchado una voz, una que le heló el alma y la sangre. Nadie, ni Eugene ni nadie más, le comento a quién pertenecía esa voz, pero un solo nombre flotaba en la mente de Ciel.


 


 


 


—El Gran Vermut. Nuestro… Ancestro, el fundador de los Lionheart… ¿no era humano? ¿Podría haber sido… un demonio? — dijo Ciel con dudas


 


 


 


—No— negó Eugene.


 


 


 


Su expresión se endureció. Él comenzó a decir algo más, pero hizo una pausa, tal vez por la inseguridad de sus siguientes palabras. Después de un largo suspiro, dijo: —No estoy del todo seguro si ese bastardo es un demonio o un humano—


 


 


 


—Aun así, llamar a nuestro Ancestro “ese bastardo” parece demasiado— se rió Ciel, su expresión rígida se suavizó un poco. Después de una pausa, preguntó: —Esa voz… tú también la escuchaste, ¿verdad? —


 


 


 


—Sí— confirmó Eugene.


 


 


 


—Entonces, ¿era la voz de nuestro Ancestro? — ella preguntó.


 


 


 


—El único que diría algo como “esa espada no es mi legado” es ese bastardo— dijo Eugene con una expresión severa.


 


 


 


—Esa espada no es mi legado—


 


 


 


El significado detrás de las palabras de Vermut no estaba claro. Eugene no sabía qué hacer con eso.


 


 


 


El lugar donde Eugene encontró la Espada de Luz Lunar fue en su tumba debajo del desierto. La empuñadura había estado flotando sobre el ataúd… con la hoja hecha añicos. La espada no podía brillar tanto como en su mejor momento. Sin embargo, cada vez que Eugene sacaba la fragmentada Espada de Luz Lunar, su luz brillaba siniestramente.


 


 


 


—La Espada de Luz Lunar es peligrosa. Es peligrosa en muchos sentidos—


 


 


 


—Estoy planeando destruir la Espada de Luz Lunar para librarla de este mundo. Pero podría fallar. Esta espada no es algo que pueda destruirse solo porque quieras hacerlo. Si de alguna manera… pudiera controlarla y dejarla como un legado para ti, y si tú, Hamel, todavía anhelas la Espada de Luz Lunar… —


 


 


 


En el Cuarto Oscuro, Vermut le advirtió sobre los peligros de la Espada de Luz Lunar. Sin embargo, también insinuó que podría dejarla como un “legado”.


 


 


 


—Incluso si llegas a mi tumba, es posible que no encuentres la Espada de Luz Lunar. Pero no te sientas demasiado decepcionado. Si la Espada de Luz Lunar todavía existe… significa que no pude destruirla. Pero estoy seguro de que lograre hacerla controlable para ti, así que espero que no te burles demasiado de mí—


 


 


 


Al escuchar tales palabras, Eugene supuso que Vermut había tenido éxito.


 


 


 


“Vermut… él no tenía intención de conservar la Espada de Luz Lunar”, se dio cuenta Eugene.


 


 


 


Él no logró dominarla y no pudo dejarla como un legado para Hamel. Sin embargo, en la tumba del desierto, la Espada de Luz Lunar persistió.


 


 


 


Originalmente, cuando la Espada de Luz Lunar quedó allí, Vermut no estaba en su sano juicio. Él parecía poseído, atacando a Sienna bajo algún hechizo…


 


 


 


“…”, Eugene no estaba seguro de qué hacer con esto.


 


 


 


La locura de la Espada de Luz Lunar. Incluso Eugene lo experimentó. Se sentía como si uno mismo fuera consumido por la luz lunar. Si el Rey Demonio del Encarcelamiento no hubiera intervenido y Ciel no lo hubiera ayudado…


 


 


 


“¿La Espada de Luz Lunar posee voluntad? ¿O es… el Rey Demonio de la Destrucción?”, se preguntó Eugene.


 


 


 


La Espada de Luz Lunar es la Espada de Destrucción.


 


 


 


“¿Pero el Rey Demonio de la Destrucción posee conciencia?” Eugene reflexionó sobre esto.


 


 


 


Él no podía recordar exactamente el momento en que Agaroth murió, pero hasta donde Eugene podía decir, el Rey Demonio de la Destrucción no es una existencia sensible como los otros Reyes Demonio.


 


 


 


—Acerca de mis ojos— comenzó Ciel. —Puede resultar desconcertante, pero los encuentro cautivadores—


 


 


 


—¿Por qué? — cuestionó Eugene.


 


 


 


—¿No te molestaría más si tuviera que usar un parche o una venda en los ojos? — dijo Ciel.


 


 


 


—No necesariamente. Es más problemático que tu ojo se haya convertido en un Ojo Demoníaco— replicó Eugene.


 


 


 


—¿Por qué debo preocuparme por eso? No es como si estuviera usando Poder Oscuro, ¿verdad? — dijo Ciel.


 


 


 


—Nunca se sabe— respondió Eugene.


 


 


 


—Lo sé— dijo Ciel con firmeza: —Al principio, me sorprendí y no entendí del todo. Pero ahora… lo entiendo—


 


 


 


Había un poder residiendo dentro de su ojo.


 


 


 


—Si la voz que escuchamos fue de nuestro Ancestro… entonces consideraré este ojo como un regalo de él— afirmó Ciel.


 


 


 


—¿Un regalo? — cuestionó Eugene.


 


 


 


—Ambos hemos visto a nuestro Ancestro— explicó Ciel.


 


 


 


Ellos vieron a un hombre en el desolado vacío de destrucción. La voz había repelido a Eugene y Ciel, una voz que helaba los huesos y el alma. Esa fugaz experiencia activó algo en su sangre. Sin él, la transformación de su ojo en Ojo Demoníaco no habría ocurrido.


 


 


 


—¿Un regalo, dices? — Eugene hizo una mueca y murmuró en señal de protesta.


 


 


 


Al ver los labios de Eugene haciendo pucheros mientras estaba de mal humor, Ciel se rió entre dientes. 


 


 

Capítulo 382: Viaje a Casa (1)

Maldita reencarnación (Novela)