Capitulo 43.2

Maldita reencarnación (Novela)

Capítulo 43.2: Akron (3)


Melkith miraba a Wynnyd con ojos brillantes. Parecía que estaba a punto de correr y tratar de arrancárselo.
—Me he esforzado mucho, ¿sabes? —se quejó Melkith—. Incluso he rogado al Rey Espíritu del Rayo y al Rey Espíritu de la Tierra, pero me han dicho que el Rey Espíritu del Viento no firmará un contrato con nadie. Por eso envié una carta tan sincera a la familia principal de Corazón de León, rogando que me prestaran a Wynnyd, pero ¿sabes lo que me respondieron?
Ignorando su pregunta, Eugenio preguntó:
—¿Está bien que suba?
—Dijeron que los tesoros de la familia principal nunca pueden ser prestados a extraños. Bastardos mezquinos, es como si pensaran que podría tomar a Wynnyd y esconderme con él. Solo quiero usarlo como catalizador de un contrato, ¿por qué tienen que ser tan tercos para ayurdarme? —se quejó Melkith.
Eugenio suspiró:
—Oye, no importa lo que me digas, no tengo intención de prestarte a Wynnyd. Además, estrictamente hablando, no soy el dueño de Wynnyd. Lo tomé prestado con el permiso del Patriarca.
—Está bien. No se lo diré a nadie —prometió Melkith—. Solo la necesito por un momento. Probablemente no me llevará tanto tiempo... Solo un día como mucho. Si quieres, incluso puedes ver cómo lo uso.
De hecho, esta propuesta era bastante atractiva para Eugenio. Vermut estaba muerto, y aunque parecía que Siena estaba viva, no estaba en un estado en el que pudiera hablar con él, ya que parecía estar sellada en algún lugar de este vasto mundo. ¿Y Anise? Al haberse convertido en peregrina, su rastro se había cortado hace doscientos años, y el paradero del bastardo de Molon también era desconocido.
En la época actual, solo el Rey Espíritu del Viento, Tempest, conocía la historia completa de lo que había sucedido trescientos años atrás en el castillo del Rey Demonio de la Encarnación. Por supuesto, se había hecho el inocente, afirmando que no sabía nada, pero Eugenio no creía en esas palabras.
«Ese hijo de puta, su gordo trasero debe haberse vuelto bastante pesado con los años, ya que no saldrá sin importar cuántas veces lo llame», maldijo internamente.
Durante esos últimos cuatro años, Eugenio había intentado convocar a Tempest varias veces. Cada vez había alcanzado la siguiente estrella en la Fórmula de la Llama Blanca y cada vez su capacidad de mana había aumentado. Aunque incluso había intentado utilizar sus sílfides para llegar al Rey Espíritu del Viento, Tempest no había respondido ni una sola vez a ninguna de sus convocatorias.
«Todavía no puedo convocar a Tempest con la cantidad de mana que tengo», calculó Eugenio.
Sin embargo, Melkith podría ser capaz de lograrlo. ¿No tenía ella también los requerimientos necesarios? Entre los Invocadores de Espíritus que se habían hecho famosos en ese continente, Melkith era la única que había hecho un contrato con dos Reyes espirituales al mismo tiempo. Aunque no había aparecido cada vez que ella había intentado invocarlo hasta ahora, si Wynnyd era utilizado como catalizador, quién sabía cómo podría reaccionar Tempest.
—Chico, ¿a dónde vas? Todavía no he terminado de hablar contigo —Melkith trató de evitar que Eugenio se fuera.
—Parece que no tiene sentido seguir escuchando, ¿para qué voy a quedarme? —se limitó a preguntar.
Aunque tenía sus esperanzas puestas en ello, Eugenio todavía no iba a mostrar una reacción positiva a la propuesta de Melkith. En lugar de simplemente permitirle morder el anzuelo, era mejor tantear un poco de la línea para ver si era capaz de atraer una presa mayor.
—Pregunté a dónde vas —insistió Melkith.
—Me dirijo hacia arriba —respondió Eugenio—. ¿No dijiste que me habían dado permiso para entrar? ¿O todavía necesito un pase de entrada?
—Si vas allí y pides uno, te lo darán — sorprendentemente, Melkith respondió a su pregunta de inmediato.
Eugenio se dirigió a la puerta que ella había señalado.
Incluso un lugar como Akron tenía un director de biblioteca. Aunque se le llamaba Director, en realidad era solo un funcionario público al que no se le permitía entrar en los pisos superiores y que se limitaba a dirigir a los familiares responsables del mantenimiento. El anciano mago que ocupaba el puesto abrió inmediatamente la puerta al oír la llamada de Eugenio.
—Ya me he enterado de la noticia —afirmó el Bibliotecario Jefe antes de que Eugenio pudiera decir nada.
No tardó mucho en recibir su pase de entrada. El sello de Akron se estampó en el reverso de la tarjeta de identidad de Eugenio, y eso fue todo.
—Si hubiera intentado subir sin este pase de entrada, ¿qué me habría pasado? —preguntó Eugenio por curiosidad.
—Morirías —contestó el Director con indiferencia, como si fuera algo natural—. En primer lugar, la magia de intercepción de Akron atravesaría todo tu cuerpo, y si eso no fuera suficiente para matarte, todos los familiares de Akron se pondrían en modo de ataque. Aunque antes de que eso sucediera, los magos con pases de entrada a Akron habrían sido enviados para detenerte.
—¿Lo sabías? Los familiares que trabajan aquí fueron todos dejados por los Archimagos cuyos nombres han sido escritos en la pared de Akron —este dato vino de Melkith, que aún no se había ido del lado de Eugenio. Mientras miraba a Wynnyd con ojos codiciosos, continuó hablando—: Incluye, por supuesto, los que pertenecieron al Rey Mago que fundó Aroth, unos pocos del Mago de Batalla que fue llamado el Padre de la Magia de Batalla, y los familiares que pertenecieron a la Sabia Siena también.
Eugenio permaneció en silencio.
—Chico, tus reacciones son realmente insulsas. ¿No tienes un gran interés en lady Siena? —Preguntó Melkith con una media sonrisa—. Lo he visto todo antes. Estabas leyendo una y otra vez sus registros. En tu primer día en Aroth, te dirigiste directamente a su mansión para hacer una visita, y la última vez, incluso te reuniste en la Plaza Merdein con tu amigo de una rama colateral diferente.
—¿Por qué sabes tanto de mis actividades? —preguntó Eugenio, molesto.
—Parece que no eres muy consciente de ello, chico, pero en realidad eres muy famoso —se burló Melkith.
—Por supuesto, sé que soy famoso —respondió con un bufido.
—Tu personalidad... le falta un poco encanto, a diferencia de tu apariencia.
—¿Qué quieres decir con que eso?
—Tienes una cara bonita, ¿no?
—Entonces piensa en mi rudeza como el costo de disfrutar mi buena apariencia.
—Vaya, me corrijo: realmente no tienen ningún tipo de encanto.
—¿Por qué sigues llamándome chico?
—Te llamo chico porque lo eres. ¿No tienes solo diecisiete años? Uf, todavía hueles a leche materna.
—Hay algunas palabras que pasan por mi cabeza ahora mismo, pero no estoy seguro de si debo decirlas.
—¿Qué tipo de palabras?
—Mejor me quedo callado, ya que me parecen demasiado groseras para expresarlas durante nuestro primer encuentro.
No había manera de que él estuviera tratando de decir que ella olía como una abuelita, ¿verdad? Después de mirar a Eugenio sin palabras, Melkith olfateó su propio cuerpo.
—No huelo a nada —insistió.
Eugenio le devolvió el favor:
—Y tampoco desprendo olor a leche.
—Como sea, ¿cuándo vas a prestarme a Wynnyd?
—No te lo voy a prestar.
Ignorando a Melkith, que continuaba siguiéndolo, Eugenio se volvió para mirar a su alrededor. Se preguntaba si tenía que encontrar unas escaleras para ir a los pisos superiores, pero entonces vio el ascensor en la esquina.
Melkith le explicó amablemente:
—¿Ves el agujero junto a la puerta? Si pones tu tarjeta de identificación ahí, la puerta se abrirá. Vas al duodécimo piso, ¿verdad?
—Sí —admitió Eugenio.
—Ves, parece que realmente te gusta mucho lady Siena.
—No me gusta ella.
—¿Será porque eres un niño pequeño que parece avergonzarse de las cosas más extrañas? Está bien, está bien. Esta hermana mayor lo entiende todo. Los niños suelen ser así, ¿no? Especialmente los chicos. Nunca son sinceros a la hora de decir que les gusta lo que les gusta, y precisamente por eso son tan guapos.
—¿No es demasiado que te llames “hermana mayor”?
—¿Lo dices por mi edad?
—Que yo sepa, ya tienes más de sesenta años.
Incluso si sumaba los años de su vida anterior a su edad actual, Melkith seguía teniendo más años que él. Por supuesto, atendiendo a la apariencia externa de Melkith, parecía tener como mucho unos veinticinco años, pero el hecho de que mantuviera su aspecto joven no significaba que su verdadera edad fuera menor.
—Cuando eres joven de corazón, ¿por qué debería importar la edad? Así que no seas tímido, y no dudes en llamarme hermana mayor —Melkith se defendió.
Eugenio no respondió a esas palabras. En su lugar, colocó su identificación en la ranura del ascensor y se perdió en algunos pensamientos irrelevantes.
Si Siena realmente estaba viva y había vivido todo este tiempo, eso significaba que su edad tenía que ser de más de trescientos años.
«Cuando nos encontremos, tal vez tenga que llamarla abuela.», pensó Eugenio.
O tal vez sea mejor llamarla no-muerta en lugar de abuela. Por supuesto, si realmente decía eso frente a ella, Siena seguramente intentaría matarlo con su sed de sangre.
En realidad, se alegraría mucho si eso ocurría.
Con una sonrisa irónica, Eugenio entró en el ascensor, pero Melkith no entró con él. Se quedó fuera del ascensor y le hizo un gesto con la mano con una sonrisa.
—Vuelve pronto —dijo.
—No vas a estar esperándome aquí, ¿verdad? — preguntó Eugenio.
—Ni siquiera yo soy una persona de tan libre albedrío —hizo un mohín Melkith—. En realidad quiero ir a echar un vistazo contigo, ummm... Pero si estoy contigo, no creo que seas capaz de concentrarte.
—Eso seguramente podría pasar—admitió Eugenio.
—Mhm, ya que ese es el caso, no voy a ir contigo. Aunque no voy a llegar a ver su cara de asombro cuando enfrentes una visión de la verdad… Ja,ja, tu primera vez es definitivamente la más intensa —Mientras Melkith ocultaba una risa, señaló la parte inferior del cuerpo de Eugenio y dijo—: Quizás sea mejor para ti si llevas un pañal
—¿Por qué?
—Puede que mojes un poco los pantalones.
Había sido inútil preguntar. Con el ceño fruncido, Eugenio pulsó el botón de la duodécima, e inmediatamente golpeó el botón para cerrar la puerta.


El ascensor subió. No tardó mucho en llegar al duodécimo piso. Sería una pequeña exageración decir que había llegado al duodécimo piso en un abrir y cerrar de ojos.
Eugenio fue recibido por una voz que decía:
—Bienvenido al salón de Siena.
En cuanto se abrieron las puertas del ascensor, fue recibido por una niña que miraba a Eugenio con una amplia sonrisa.
Los labios de Eugenio se separaron en silencio mientras miraba a la niña.
La niña, que parecía tener unos diez años, era exactamente igual a la Siena que Eugenio recordaba.

Capitulo 43.2

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